El 50% de los edificios residenciales de nuestro país fueron
construidos antes de que se aplicará la primera normativa que regulaba
el aislamiento térmico de las construcciones, que data de 1979. Eso
quiere decir que su consumo energético es muy alto y que la mitad (hasta
el 70%)
de nuestras casas, pisos y hoteles sufren pérdidas de calor en invierno
y entrada de calor en verano. Son, por tanto, grandes depredadores de
energía y grandes contaminantes atmosféricos por sus altas emisiones de
CO2. ¿Pero por dónde pierden calor los edificios? Pues sobre todo a través de las ventanas, el punto térmico más débil de una construcción, el lugar por donde se escapa la calefacción y por donde entra el sol estival.
Los edificios Passivhaus consiguen reducir en un 75% las necesidades de
calefacción y refrigeración. La poca energía suplementaria que requieren
se puede cubrir con facilidad a partir de energías renovables,
convirtiéndose en una construcción con un coste energético muy bajo para
el propietario y el planeta.
Mejorar el aislamiento térmico no es sólo una cuestión de eficiencia energética (y medioambiental, ya que disminuyen las emisiones de CO2), también lo es de eficiencia económica: las rehabilitaciones térmicas pueden representar un ahorro de energía de entre el 20 y el 50% según los casos.
Esta rehabilitación térmica puede incluir aislamiento térmico en las
cubiertas y muros, ventanas más eficientes, aislar térmicamente las
tuberías, etcétera. Sin ir más lejos, si nuestra vivienda tiene buenos
cristales, podemos ahorrar hasta entre un 8 y un 25% de energía, aunque
esto depende también de otros factores, como la calidad de los muros, la cantidad de ventanas, o incluso la ubicación del edificio.
El nombre de hemisferios de Magdeburgo viene a recordar la experiencia realizada por su inventor, Otto von Guericke, en 1654 en la ciudad de Magdeburgo ante el emperador Fernando III, con el fin de evidenciar la fuerza ejercida por la presión atmosférica. Cuando se unieron las semiesferas y les fue hecho el vacío dentro, la presión exterior del aire las mantuvo unidas con tanta fuerza que equipos de caballos enganchados a cada semiesfera fueron incapaces de separarlas tras sus inmensos, aunque vanos, esfuerzos. Sin embargo, cuando el aire entró de nuevo en la esfera, éstas se separaron por sí solas.
Para entrar en una órbita estable
alrededor de la Tierra, primero hay que salir de las capas más densas de
la atmósfera porque, de lo contrario, simplemente estaremos volando
y gastando una cantidad absurda de combustible luchando contra la
fricción del aire para no perder velocidad. Cuando un vehículo alcanza una altura de unos 100 kilómetros, la densidad del aire es tan baja que no permite la sustentación que mantiene a las aeronaves en vuelo. Esa es la frontera a la que se considera que empieza el espacio.
Hay que tener en cuenta que, en realidad, la atmósfera se extiende
hasta 800 kilómetros por encima de nuestras cabezas. A esa altura hay
tan pocas partículas de gas que su presencia es prácticamente
inapreciable pero, aún así, el poco aire que hay en esta zona es
capaz molestar a los satélites que se mueven a través de ella. De hecho,
a unos 400 kilómetros de altura, la ISS tiene que acelerar para contrarrestar la velocidad que pierde con el tiempo por la fricción con el aire, que hace que su órbita pierda 2 kilómetros de altura cada mes. Se considera que estamos en el espacio a partir de los 100 kilómetros de altura. Se considera que estamos en el espacio a partir de los 100 km de altura. Los satélites con órbitas más bajas dan vueltas alrededor de la Tierra a unos 160 kilómetros de altura, aunque la gran mayoría se encuentran a más de 300 kilómetros,
precisamente porque el rozamiento con la atmósfera es bastante molesto
hasta esa altura. Aquí tenéis una imagen a escala con la que os podéis
hacer una idea de lo «cerca» de la superficie que orbitan los satélites: Pero, por extraño que parezca, los satélites más cercanos a
la Tierra siguen experimentando una fracción considerable de la fuerza
gravitatoria que sentimos en la superficie terrestre. De hecho,
incluso a 400 kilómetros de altura, la Tierra tira de la ISS (y de sus
tripulantes) con el 90% de la fuerza que sentimos en la superficie. Entonces, ¿por qué los astronautas flotan en la estación espacial si están siendo atraídos hacia abajo? Dicho de manera simple: mantener vehículos en órbita es la ciencia de caerse sin tocar el suelo. Cuando disparamos una bala horizontalmente, ésta describe una
parábola a medida que pierde velocidad y cae al suelo. Cuanto más rápido
salga la bala del cañón, más abierta será la parábola que describirá y,
por tanto, llegará más lejos antes de tocar el suelo. Desde la superficie de la Tierra no podemos mandar las balas tan lejos como nos dé la gana porque, mientras disparemos
desde en el interior de la atmósfera terrestre, el rozamiento con el
aire reducirá la velocidad de las balas y, tarde o temprano, caerán al
suelo.
Pero, ¿qué pasaría si la Tierra no tuviera atmósfera y disparáramos una bala sobre su superficie? Pues, si no hay aire que la frene, la bala podrá llegar tan lejos
como queramos, así que los únicos factores que determinarán su
trayectoria serán su velocidad, la fuerza gravitatoria del planeta y la
altura del disparo. Si, además, tenemos en cuenta que la superficie de
la Tierra está curvada y la gravedad tira de la bala con una fuerza
perpendicular a la superficie… Y esto es lo que ocurre en el espacio cercano: si movemos un
objeto hasta una altura suficiente y le imprimimos la velocidad
adecuada, es posible conseguir que siga una trayectoria que se curve al
mismo ritmo que la curva de la Tierra se aleja de él. O sea,
que eso es precisamente lo que se hace para poner los satélites en
órbita: conseguir que vayan tan rápido y estén tan altos que nunca
caigan al suelo. A 400 kilómetros de la superficie terrestre, los 7.66 km/s a los
que se desplaza la ISS son los justos y necesarios para que la estación
espacial caiga al mismo ritmo al que el suelo se aleja de ella debido a
la curvatura del planeta. Y esto no sólo es cierto para los tripulantes de la ISS: cualquier objeto que orbita alrededor de otro está experimentando, en realidad, una caída infinita . De ahí que
lo que experimentan los astronautas no sea ingravidez (entendido como
la ausencia de una fuerza gravitatoria), sino una especie de caída libre permanente.
Este es el motivo porque el que los astronautas tardan un tiempo en adaptarse a la vida del espacio: su sistema vestibular (el que regula el equilibrio) necesita acostumbrarse a la sensación de
caída libre. Hasta entonces, los astronautas sufren náuseas, vómitos y
tienen dolores de cabeza, un proceso de adaptación puede durar desde
unas horas hasta 3 días. La moraleja de este texto es que, en el espacio,
los cuerpos celestes siguen tirando de ti con una fuerza mayor cuanto
más cerca estés de ellos. Y la única manera de quedar en órbita sin
estrellarte contra ellos es moverte muy rápido a su alrededor para que la caída dure el mayor tiempo posible pese al tirón de la gravedad.
La relación entre la velocidad y la inseguridad de la circulación tiene varios aspectos principales:
La gravedad de un accidente, aumenta con la velocidad con que se produce el impacto del vehículo contra un obstáculo
fijo o móvil, o con el suelo en caso de vuelco. Las primeras
consecuencias mortales aparecen a partir de una velocidad final de unos
25 km/h para los ocupantes de un vehículo no provistos de cinturón de seguridad y los peatones,
y de unos 40 km/h para los ocupantes provistos de cinturón de
seguridad; la probabilidad de muerte alcanza un 50% a unos 50-55 km/h
para el primer grupo, y a 65 km/h para el segundo. Un choque a 120/h
equivale a una caída vertical de 54 metros.
Con la velocidad aumenta la distancia recorrida por un vehículo mientras su conductor reacciona ante cualquier información relacionada con su tarea de conducir (percepción de un obstáculo y la decisión de esquivarlo o frenar).
Cuanto mayor sea la velocidad de aproximación a una curva mayor es la inseguridad potencial de ésta.
Factores que afectan a la velocidad
El comportamiento del conductor.
El conductor es el que decide sobre la
velocidad que lleva el vehículo. Esta decisión está influida por
diversos factores, ambientales, características de la vía y del
vehículo; pero también y sobre todo por la personalidad, la actitud, y
los motivos del conductor. Así sabemos que:
En general, los conductores jóvenes conducen más deprisa que la media.
Los conductores que llevan pasajeros circulan más despacio que los que conducen solos, sobre todo si son jóvenes.
Los conductores que realizan un desplazamiento largo tienden a conducir más deprisa que los que lo efectúan corto.
Algunos estudios sugieren que la velocidad depende en gran manera de la familiaridad del conductor con la carretera.
Las características de la vía.
La
mayoría de los estudios han demostrado que la velocidad aumenta con la
calidad de ésta, tanto en lo relativo al trazado como a la regularidad
superficial de su pavimento y al ruido que perciben. El factor que más
limita la velocidad es la curvatura en planta, por la sensación de
aceleración centrífuga no compensada por el peralte que provoca en el
conductor. Sin embargo, una merma de la visibilidad no suele provocar
una disminución de la velocidad, los conductores asumen más riesgo.
Las características del vehículo.
El tipo y las características del vehículo
influyen en la velocidad, pero no demasiado, a no ser que se combinen
con otros factores relacionados con el trazado, especialmente en alzado.
Las condiciones meteorológicas.
La niebla reduce la visibilidad disponible en términos inciertos, y provoca unas reducciones de la velocidad a veces excesivas.
La lluvia reduce el rozamiento disponible entre el neumático y el pavimento, necesitándose una mayor distancia para detenerse.
Situaciones más peligrosas.
Según determinados estudios el riesgo de
sufrir un accidente cuando se toma una curva a una velocidad incorrecta
se triplica. La configuración del terreno, la nocturnidad, el humo la
vegetación, deslumbramientos ..., unidos todos ellos a una velocidad excesiva incrementa en cerca de un 150% el riego de sufrir un accidente.
Distancia de detención.
Si convertimos los kilómetros por hora a
metros por segundo, tendremos una idea aproximada de la distancia que
recorre un coche en un segundo, que es el tiempo aproximado que
transcurre desde que el cerebro percibe un peligro, envía una orden al
pie, y éste empieza a pisar el pedal del freno. Este tramo, se denomina distancia de reacción, y depende de la rapidez de reflejos del conductor y de la velocidad a la que circula.
La distancia de frenado supone el espacio en el que debe detenerse el vehículo, y éste depende de la velocidad a la que se circula, el tipo de calzada, las condiciones de adherencia del suelo, el estado de los frenos del vehículo, amortiguadores, ... La suma de la distancia de reacción y de la distancia de frenado es lo que se denomina distancia de detención.
Las normativas anticontaminación cada vez son más severas y prácticamente todas las marcas están optando por la electrificación de sus mecánicas para superar los límites de emisiones.
Antes de que llegasen los coches híbridos, eléctricos, microhíbridos o de gas ya había formas de controlar las emisiones y que ahora incluso aquellos motores térmicos más eficientes siguen utilizando. Estamos hablando de losconvertidores catalíticos, un sistema que prácticamente todos los coches modernos equipan para controlar las emisiones de los motores de combustión interna.Los convertidores catalíticos ya son una pieza indispensable de las líneas de escape tanto en los motores diésel como en los de gasolina y su ubicación suele estar lo más próxima posible al motor para favorecer una de las claves de su funcionamiento: la temperatura. Estos materiales al ser calentados por los gases de escape a alta temperatura procedentes del motos se ponen al rojo vivo y empiezan a obrar su magia química. Las partículas de hidrocarburos (HC) no quemados, óxido de nitrógeno (NOx) y el monóxido de carbono (CO) procedentes de la combustión son captadas y comienzan a reaccionar.
El primer paso es que las partículas de NOx se disocien por parejas en nitrógeno (N₂) y oxígeno (O₂) a temperaturas por encima de 500ºC. En segundo lugar el nitrógeno (N₂), el monóxido de carbono (CO), los hidrocarburos (HC) y el oxígeno (O₂) vuelven a reaccionar: monóxido de carbono y oxígeno se convierten en dióxido de carbono (CO₂, menos tóxico) al tiempo que los hidrocarburos y el oxígeno se asocian en vapores de agua (H₂O) y más dióxido de carbono (CO₂).Para el correcto funcionamiento de los catalizadores es necesario que alcancen su temperatura óptima de funcionamiento, así que es necesario no conducir siempre a punta de gas y bajas revoluciones o el bloque cerámico puede acabar resintiéndose. Hay que apuntar también que para que los catalizadores funcionen bien la proporción de aire y combustible debe ser próxima a la estequiométrica.
La ciencia estuvo vetada durante siglos a las mujeres. Las que se empeñaron en romper con los moldes patriarcales, utilizaron a menudo su filiación o su matrimonio para conseguir escudriñar los secretos de la naturaleza. Tal fue el caso de Marie Lavoisier, quien encontró en su marido un esposo fiel pero también, y sobre todo, su compañero en la apasionante tarea de convertir la alquimia en la química moderna. Marie Anne Pierrette Paulze nació el 20 de enero de 1758 en la localidad francesa de Montbrison. Su padre, Jacques Paulze, era un abogado y financiero que trabajó muchos años en la Ferme Générale, una institución que se encargaba de gestionar algunos impuestos estatales. Jacques había tenido tres hijos con su esposa, Claudine Thoynet, antes de que esta falleciera cuando Marie Anne era una niña de poco más de tres años de edad. Su padre decidió entonces que la pequeña ingresara en un convento donde creció y fue educada como una dama de la alta burguesía francesa. Cuando tenía trece años, el conde de Amerval, mucho mayor que ella, pidió su mano a un confundido Jacques que buscó la manera de deshacerse del viejo pretendiente, quien le llegó a amenazar con expulsarle de su puesto en la Ferme Générale si no daba su consentimiento para casarse con Marie. Jacques dio un golpe de efecto ofreciendo la mano de su hija a alguno de sus compañeros, más jóvenes que el conde. Antoine Lavoisier, un noble economista y químico de veintiocho años de edad, aceptó la oferta de su colega y se casó con Marie Anne el 16 de diciembre de 1771. A pesar de ser un matrimonio convenido por su padre, Marie y Antoine congeniaron. Su mutuo interés por la química ayudó a que la pareja se convirtiera, además de en marido y mujer, en un equipo en el laboratorio. Marie no había recibido una formación científica tras los muros del convento en el que había crecido pero su inquietud por aprender fue suficiente para que Antoine buscara maestros que pudieran enseñar los rudimentos de la química a su esposa.
LA MADRE DE LA QUÍMICA MODERNA, MARIE LAVOISIER (1758-1836)
Marie Lavoisier con su esposo. Jacques-Louis David (Metropolitan Museum, Nueva York) Fuente: Wikimedia Commons. La ciencia estuvo vetada durante siglos a las mujeres. Las que se empeñaron en romper con los moldes patriarcales, utilizaron a menudo su filiación o su matrimonio para conseguir escudriñar los secretos de la naturaleza. Tal fue el caso de Marie Lavoisier, quien encontró en su marido un esposo fiel pero también, y sobre todo, su compañero en la apasionante tarea de convertir la alquimia en la química moderna. Marie Anne Pierrette Paulze nació el 20 de enero de 1758 en la localidad francesa de Montbrison. Su padre, Jacques Paulze, era un abogado y financiero que trabajó muchos años en la Ferme Générale, una institución que se encargaba de gestionar algunos impuestos estatales. Jacques había tenido tres hijos con su esposa, Claudine Thoynet, antes de que esta falleciera cuando Marie Anne era una niña de poco más de tres años de edad. Su padre decidió entonces que la pequeña ingresara en un convento donde creció y fue educada como una dama de la alta burguesía francesa.
Marie y Antoine Lavoisier se convirtieron en los principales impulsores de la evolución de la alquimia hacia la química moderna.
Cuando tenía trece años, el conde de Amerval, mucho mayor que ella, pidió su mano a un confundido Jacques que buscó la manera de deshacerse del viejo pretendiente, quien le llegó a amenazar con expulsarle de su puesto en la Ferme Générale si no daba su consentimiento para casarse con Marie. Jacques dio un golpe de efecto ofreciendo la mano de su hija a alguno de sus compañeros, más jóvenes que el conde. Antoine Lavoisier, un noble economista y químico de veintiocho años de edad, aceptó la oferta de su colega y se casó con Marie Anne el 16 de diciembre de 1771. A pesar de ser un matrimonio convenido por su padre, Marie y Antoine congeniaron. Su mutuo interés por la química ayudó a que la pareja se convirtiera, además de en marido y mujer, en un equipo en el laboratorio. Marie no había recibido una formación científica tras los muros del convento en el que había crecido pero su inquietud por aprender fue suficiente para que Antoine buscara maestros que pudieran enseñar los rudimentos de la química a su esposa.
En 1775 Antoine dejó la Ferme Générale para trabajar en el Arsenal de París como administrador de la pólvora. Instalados en la capital de Francia, la pareja empezó a construir un laboratorio que se convertiría en su verdadero hogar. Allí pasaron largas horas trabajando. Marie apuntaba todo lo que observaban en sus experimentos, tomaba notas y realizaba ilustraciones muy realistas. Marie había sido alumna del pintor Jacques-Louis David, amigo de la pareja, a la que inmortalizaría en su laboratorio. Marie sabía varios idiomas que fueron de gran utilidad para traducir algunos de los principales textos de alquimia, como se conocía a la química. Además de realizar las traducciones que su marido utilizaría para avanzar en sus investigaciones, Marie realizó anotaciones propias. La pareja Lavoisier se convirtieron así en los principales protagonistas de la evolución de la alquimia hacia la química moderna. La vida tranquila en el laboratorio se vio truncada en la época del Terror, la etapa más dura y sangrienta de la Revolución Francesa. Antoine y su padre Jacques fueron detenidos, acusados de traidores por haber trabajado en la Ferme Générale. Marie no se quedó de brazos cruzados e intentó por todos los medios, poniéndose ella misma en peligro, que su padre y su marido fueran liberados. Pero nada pudo hacer ante una condena firme. El 8 de mayo de 1794, Antoine Lavoisier y Jacques Paulze eran ejecutados. Marie se encontró sola, en una ciudad sumida en el caos. Sus bienes fueron confiscados, principalmente todo el material del laboratorio, que suponía el trabajo de años de investigación junto a Jacques. Marie consiguió recuperar parte de la obra que habían realizado conjuntamente y publicó en dos tomos las Memorias de Química de Lavoisier. Años después, Marie Lavoisier volvió a casarse con el conde de Rumford de quien se separó al poco tiempo. Hasta su muerte, el 10 de febrero de 1836, vivió sola en su casa de París.
Maria Salomea Sklodowska nació el 7 de noviembre de 1867 en Varsovia (Polonia). Sus padres eran ambos maestros y supieron educar y motivar excepcionalmente a su hija. En aquella época Polonia era un estado súbdito de Rusia y las mujeres no tenían acceso a la educación superior, por lo que en 1891 Maria decidió unirse a su hermana Bronia en París, matriculándose en la Universidad de la Sorbona. Marie, ya con su nombre afrancesado, recibió sus títulos en física en 1893 y matemáticas en 1894 con calificaciones extraordinarias. La historia de cómo Marie llegó a titularse con 27 años en un país que no era el suyo, en un idioma que no era el suyo y teniendo que trabajar para sobrevivir nos habla ya de la extraordinaria mujer que era.
El 10 de diciembre de 1911, Marie Curie recibía el premio Nobel de química por “los servicios para el desarrollo de la química mediante el descubrimiento de los elementos radio y polonio”. Fue la primera mujer en recibir un premio Nobel y la primera persona en recibir dos (ella, Pierre Curie y Henri Becquerel habían compartido el premio de física de 1903 por su trabajo sobre la radiación). El impacto de Marie en el mundo científico, y en el papel de las mujeres en él, fue de tal magnitud que uno de los cuatro objetivos del Año Internacional de la Química 2011 (IYC2011) fue celebrar el centenario de su premio. Con esta entrada Experientia docet le rendía homenaje e inauguraba la serie Químicos Modernos que con motivo del IYC2011 dedicó a los grandes personajes, muchos desconocidos, de la química del último siglo y medio.
Conoció a Pierre Curie en la primavera de 1894, y se casaron en 1895 en una ceremonia civil en Sceaux (cerca de París). Ambos eran muy tímidos y nada mundanos, no preocupándoles gran cosa las ambiciones económicas y sociales. Su principal afición era el ciclismo, pero ambos compartían también un profundo amor por la ciencia y una dedicación obsesiva a ella. Su primera hija, Irène, nacería en 1897.
Los resultados que obtuvo Pierre sobre la piezoelectricidad, la simetría de cristales y el magnetismo mientras era profesor en la Escuela Superior de Física y Química Industriales (ESPCI, por sus siglas en francés) de la ciudad de París siguen teniendo hoy día una importancia fundamental, especialmente los conceptos de temperatura de Curie (por encima de la cual los imanes pierden su magnetismo) y la ley de Curie que relaciona magnetismo y temperatura. Marie publicó su primer artículo en 1897 sobre la magnetización de los aceros pero buscaba un tema de investigación propio, que encontraría en la radioactividad. Un año después de la observación por parte de Wilhelm Röntgen de los rayos X en 1895, Henri Becquerel descubrió la radioactividad del uranio al comprobar cómo unas placas fotográficas envueltas en papel negro y guardadas cerca de unas sales de uranio se habían velado sin que les llegase luz.
A Marie se le concedió una habitación húmeda de la ESPCI para su investigación de doctorado. Allí pudo analizar toda una variedad de materiales inorgánicos, de entre los que el uranio y el torio eran los únicos elementos conocidos entonces que presentaban radioactividad. Sus muestras las colocó en una placa de condensador cargada hasta 100 V y unida a uno de los electrómetros de Pierre, pudiendo de esta forma medir cuantitativamente su radioactividad. Encontró que los minerales pechblenda (UO2) y torbernita (Cu(UO2)2(PO4)2·12H2O) eran más radioactivos que el uranio puro, de lo que dedujo que debían contener otros constituyentes aún más radioactivos. El 12 de abril de 1898 Marie presentó sus primeros resultados: “estos minerales podrían contener un elemento que sea mucho más activo que el uranio”. Pierre y ella decidieron que ella se concentraría en los aspectos químicos del aislamiento del elemento, mientras que el estudiaría sus “propiedades radiativas”.
En abril de 1898 Marie disolvió pechblenda en ácido clorhídrico (HCl) y trató la disolución con ácido sulfhídrico (H2S): el uranio y el torio se mantenían en disolución, pero los sulfuros del precipitado seguían siendo muy radioactivos. Después de varias manipulaciones más encontró que este material radioactivo coprecipitaba con bismuto (Bi). En julio ella y Pierre publicaron un artículo (creando el nombre “radio-activo” en su título) presentado por Becquerel a la Academia de Ciencias. En él sugerían por primera vez que la radiactividad era un fenómeno asociado con el átomo y proponían que el nuevo elemento, una vez confirmada su existencia, debería llamarse polonio.
El análisis de las distintas fracciones del tratamiento de la pechblenda hizo que la pareja se diese cuenta de que debería haber otro elemento radioactivo, que no lo precipitaba ni el (H2S), ni el sulfuro de amonio ((NH4)2S), ni el amoniaco (NH3) y que formaba un carbonato insoluble en agua parecido al de bario BaCO3 y un cloruro algo menos soluble que el de bario (BaCl2) que actuaba de portador. A este elemento lo llamaron radio, publicando sus resultados el 26 de diciembre de 1898; el espectroscopista Eugène-Anatole Demarçay encontró una nueva línea espectral atómica del nuevo elemento, lo que ayudó a confirmar su existencia.
Dado que el nuevo elemento era mucho más radioactivo que el polonio, los Curie sus esfuerzos en él. Estaba claro que haría falta mucha más pechblenda para obtener cantidades significativas de radio. Terminarían procesando 8.000 kg de pechblenda austriaca. Durante los cuatro años siguientes trabajaron en unas condiciones y con unos medios que sólo pueden ser calificados como heroicos: en un cobertizo sin ventilación y sin calefacción, con un frío terrible en invierno y un calor abrasador en verano. Marie escribió: “Tuve que pasar todo el día mezclando una masa hirviente con una pesada barra de hierro casi tan grande como yo. Estaba rota de fatiga al acabar el día”. Sin embargo ella describió la vida en “este cobertizo miserable” como “los mejores y más felices años de nuestra vida”, y se sentía muy honrada cuando famosos científicos, entre ellos Lord Kelvin, de paso por París se acercaban a saludarles allí.
Trabajaron con lotes de 20 kg de pechblenda: moliendo, disolviendo y refinándola hasta conseguir pequeñas disoluciones. En 1902 consiguieron aislar 0,1 g de RaCl2 después de miles de recristalizaciones a partir del más soluble BaCl2 en HCl, determinando que el peso atómico del radio era 225. Marie completó su tesis doctoral, una de las más impresionantes que se recuerdan, en junio de 1903.
En noviembre de 1903 los Curie y Becquerel recibían la noticia de que les había sido concedido el premio Nobel de física por su trabajo sobre la radioactividad. Becquerel acudió a Estocolmo, pero no así los Curie: Pierre estaba enfermo y desbordado con sus obligaciones y Marie se estaba recuperando de un aborto. El premio tuvo aspectos positivos y negativos: por una parte fue una ayuda financiera pero, por otro, les expuso a la alabanza y al escrutinio públicos. Marie escribiría más tarde “la pérdida de nuestro aislamiento voluntario fue causa de verdadero sufrimiento para nosotros”.
Se creó una cátedra para Pierre en la Sorbona con un puesto para Marie en 1904; en junio Pierre daba la conferencia Nobel en Estocolmo y al año siguiente Pierre fue elegido miembro de la Academia de Ciencias. En diciembre de 1905 nacía la segunda hija del matrimonio, Eve Denise. El lluvioso 16 de abril de 1906 Pierre resbalaba en el empedrado de la Rue Dauphine y moría en el acto al ser atropellado por un carro.
Marie pasó a ocupar la cátedra de la Sorbona de Pierre, convirtiéndose así en la primera catedrática de Francia. Ese mismo año Lord Kelvin escribió en el periódico The Times un artículo en el que especulaba con la posibilidad de que el radio podía ser un compuesto de plomo que contuviese cinco átomos de helio. Marie decidió probar más allá de toda duda razonable que el radio era un elemento. En 1907 consiguió 0,4 g de RaCl2 y volvió a determinar el peso atómico, obteniendo 226,45. No satisfecha, en 1910 aisló el radio elemental por electrolisis de RaCl2 en mercurio y destilándolo de la amalgama. Ya no había duda posible.
El 8 de noviembre de 1911 la Academia Sueca anunciaba que se había concedido el premio Nobel de Química a Marie Curie por el descubrimiento del polonio y el radio.