El 50% de los edificios residenciales de nuestro país fueron construidos antes de que se aplicará la primera normativa que regulaba el aislamiento térmico de las construcciones, que data de 1979. Eso quiere decir que su consumo energético es muy alto y que la mitad (hasta el 70%) de nuestras casas, pisos y hoteles sufren pérdidas de calor en invierno y entrada de calor en verano. Son, por tanto, grandes depredadores de energía y grandes contaminantes atmosféricos por sus altas emisiones de CO2. ¿Pero por dónde pierden calor los edificios? Pues sobre todo a través de las ventanas, el punto térmico más débil de una construcción, el lugar por donde se escapa la calefacción y por donde entra el sol estival.
Los edificios Passivhaus consiguen reducir en un 75% las necesidades de calefacción y refrigeración. La poca energía suplementaria que requieren se puede cubrir con facilidad a partir de energías renovables, convirtiéndose en una construcción con un coste energético muy bajo para el propietario y el planeta.
Mejorar el aislamiento térmico no es sólo una cuestión de eficiencia energética (y medioambiental, ya que disminuyen las emisiones de CO2), también lo es de eficiencia económica: las rehabilitaciones térmicas pueden representar un ahorro de energía de entre el 20 y el 50% según los casos.
Esta rehabilitación térmica puede incluir aislamiento térmico en las cubiertas y muros, ventanas más eficientes, aislar térmicamente las tuberías, etcétera. Sin ir más lejos, si nuestra vivienda tiene buenos cristales, podemos ahorrar hasta entre un 8 y un 25% de energía, aunque esto depende también de otros factores, como la calidad de los muros, la cantidad de ventanas, o incluso la ubicación del edificio.
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